
Aquel amor duro varias semanas, pero como siempre sucede en las primeras veces, aquel amor era platónico, nos separaba mas que distancias, los años por vivir. Nunca le dije que estaba enamorado, nunca le dije lo mucho que sudaban mis manos cuando estaba junto a ella o que mis piernas sentían temblores cuando me miraba de esa manera. Y se que tampoco me iba a creer, porque cuando tienes cinco años, la gente grande nunca te toma en serio, piensan que el amor solo llega cuando eres adulto, cuando tienes mejores cosas en que pensar que el mismísimo amor, porque sus veinticuatro abriles le decían que no debía creerle a un niño de mi edad.
Un día del cual no me acuerdo del todo, dejo de aparecer en mi vida, decían que había viajado a un pueblo muy lejano llamado “Huamanga” a visitar a unos familiares, pensé que algún día regresaría pero nunca más volvió. Tiempo después, cuando aprendí a leer, supe de una guerra sangrienta, donde terroristas se enfrentaban a militares, donde no perdonaban ni mujeres, ni niños, ni ancianos. Pueblos enteros exterminados ante tanto dolor y que luego trataban de ocultar haciéndonos creer que nunca sucedió. Cuando crecí trate de averiguar y entender todo el horror que se vivió por esa guerra, supe que eran ideologías nuevas, supe que era una lucha de clases, que el terror se apodero de todo un país, que se empezó a tener miedo del futuro, y supe también que aquella guerra se origino en un pueblito muy pobre y olvidado, llamado "Huamanga".
Los años curaron heridas, borraron cicatrices, pero aun en estos tiempos, la recuerdo por momentos, con ese cabello largo y su vestido hasta las rodillas, lanzándome esa sonrisa encantadora, prenunciando mi nombre de esa forma tan dulce con la que se suele hablar a un niño de cinco años, que no sabe nada de la guerra ni del amor. El tiempo juega a ser enterrador de nuestros temores, envuelve nuestros recuerdos y los protege del miedo a crecer, nos dice que la vida ya no es la

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