
El dice que tiene cuarenta años, un metro ochenta de estatura, brazos musculosos y poco cabello, es electricista y divorciado, vive solo en un departamento alquilado, quiso algún día ser abogado y ganar mucho dinero, pero la vida lo lleno de contradicciones. Sueña con comprarse un auto, una casa propia y un perro pastor alemán, sueña con ser feliz.
Ambos encienden sus computadoras a la misma hora, ella en Medellín y él en Los Angeles, los horarios coinciden, también las esperanzas y los miedos a ser descubiertos en algún momento, juntos se confunden en pasiones dormidas, en almas despiertas, en lujuria desprendida, se van despojando de sus mascaras y también de la ropa, disfrutan de su desnudez, su deseo y de su imaginación, lamentan la desdicha de no estar juntos uno con el otro. Pero el destino lo quiso así, sus vidas se diluyen la vida cotidiana, en los problemas reales de un mundo hostilizado, en las vías crueles de los sentimientos.
Ya es medianoche, ambos apagan sus ordenadores, se cubren con sus prendas y se secan el sudor con el viento que llega de la ventana abierta. Ella regresa a su vida real, donde su marido duerme tendido y cansado del arduo trabajo, sus hijos descansan en la otra habitación, ella espera el amanecer para lidiar con los problemas del hogar y la economía, cumpliendo sus deberes de madre y esposa. El regresara a su cama, o talvez vaya al bar de la esquina a buscar una mujer para saciar su sed, o saldrá a la casa de su novia a pasar la noche, porque dormir solo suele ser muy frió a veces.
Amores extraños, que se envuelven con colores opacos, de mentiras pasajeras que sueñan se

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