lunes, 2 de febrero de 2009

LA DULCE CAROLA


Ella se llamaba Carola, tenía más de treinta años y vivía en una casa celeste al final de mi calle, Carola era una de esas mujeres que se decía que tenía una reputación manchada, un pasado tormentoso y un futuro maldito. Incluso mi madre me aconsejaba no acercarme mucho a esa mujer, y yo apenas tenia quince años. Era el tormento de todas las mujeres, ninguna madre la deseaba cerca de sus hijos. Pero a la vez era la diversión de todos los hombres, la aventura mas placentera que se pueda tener con una mujer, según comentaban los tipos mayores.
Carola no era una loca ni una desquiciada, sino todo lo contrario, sabía escuchar y dar consejos, obviamente esa no era su mayor virtud. Eran muchos los de mi calle quienes se habían acostado con ella, también los chicos de las calles vecinas tenían una historia con ella. Era muy difícil no desearla, tenia esa mirada picara, esa sonrisa sarcástica y una lengua que siempre dejaba brotar palabras amenas. Era la mujer de todos y de nadie, nunca se le conoció novio alguno, decían que ella nació para hacer feliz al resto del mundo, que su misión en la tierra era una de las más bondadosas que podía existir. Y por eso todos en el barrio la admirábamos muchísimo.
Pero una noche se corrió el rumor de que Carola había desaparecido. Un día nos enteramos que aquella mujer de vida sedentaria ya no vivía más en esa casa celeste. Nadie supo dar una explicación exacta de su paradero. Algunos decían que se había ido a vivir con algún novio que tenia escondido, que había decidido rehacer su vida otra vez en algún lugar muy lejano donde nadie la señalara con el dedo, otros corrían el rumor de que algo malo le había pasado, talvez algún chico enamorado le quiso hacer daño al no poder tenerla solo para el. Cada uno soltaba teorías distintas, pero al final nadie podía saber en realidad lo que había pasado con Carola, solo sabíamos que ya no estaba mas en nuestra calle.
Cierto día, cuando la mañana daba sus primeros rayos de luz, la gente salía a sus trabajos, Sin embargo, todos nos deteníamos un instante a observar sorprendidos lo que había pasado en la casa de Carola, alguien con menos orgullo que corazón, había dejado escrito con plumón un mensaje que decía: “Siempre te recordare, gracias por los instantes vividos, que seas feliz estés donde estés”. Entendieron que era el testimonio de un amante dolido por la partida de tan linda mujer, todos los que se detuvieron a leerlo se solidarizaron con aquel chico anónimo que había dejado plasmado parte de su dolor en aquel muro celeste.
Pero eso no fue todo, cada mañana que pasaba, otro mensaje aparecía: “Recuerdo tu sonrisa, al igual que tus caricias y se me hace difícil olvidarte, algún día merecías ser feliz”, y no era de la misma persona, porque la letra era distinta. Otros mensajes decían: “Valió la pena tenerte, aunque sea solo una vez”, “Hasta siempre Carola de mi alma”. Se había vuelto una especie de catarsis de todos los hombres que extrañaban a Carola.
Los mensajes fueron llenando el muro, Y Carola nunca apareció, nadie pudo saber de sus paradero ni el motivo de porque se fue sin avisar. Talvez fue mejor así, dicen que las despedidas son muy tristes. Yo solo recuerdo que cuando cumplí diecisiete años, salía ebrio de mi casa para comprar algo de comer, y allí estaba ella, me pregunto porque estaba bebido, le dije que era mi cumpleaños, así que ella me invito a pasar a su habitación para darme el mejor regalo que una mujer me puede dar, después del regalo de la vida. Aquella noche le confesé mis miedos, le hable de la chica que me gustaba y de los tantos años que nos quedaba por vivir, “Las mujeres como yo no viven para siempre… aunque deberían” me decía mientras soltaba esa sonrisa sarcástica.
Anoche me asome a aquel muro celeste de la casa donde Carola vivía, recordé sus labios, su andar melodioso, sus palabras de aliento, su mirada que muy en el fondo aun tenia algo de niña. La noche era sil
enciosa y agobiante, oscura, temerosa, redundante. Mientras nadie me veía tome mi plumón como aquella ocasión en que comenzó todo, y deje un segundo mensaje para completar la frase: “Siempre te recordare, gracias por los instantes vividos, que seas feliz estés donde estés…mi dulce primera vez”.

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