- Hola me llamo Lisbeth, tengo veintinueve, soy maestra, me gusta bailar y escribir poesía los viernes por la noche.
- Hoy es viernes, puedo invitarte un café, y luego quizás caminar por la playa, hablar de ti, de mi y talvez de un nosotros.
- Me gustaría mucho, que te parece si nos vemos a las ocho, en la esquina del Obelisco, en el café "Media Luna".
Esteban llego al café quince minutos antes de lo pactado para jugar al soñador, imaginando que cada chica que entrara al café seria la mujer de sus sueños, el amor de su vida que tanto esperó. Cada falda que se asomaba le provocaba una intensa aceleración de sus latidos, cada mujer que llegaba era para él su ultima oportunidad de ser feliz. El tiempo transcurría miserablemente y aquella muchacha amante del baile y la poesía jamás se asomó a aquel café modesto, de luces tenues y cuadros antiguos.
Mientras la noche agonizaba afuera, Lisbeth se siente cómoda en su viejo sofá, aun contenta con su soledad que por ahora no la oprime, deseando que nada cambie en su rutina, temiéndole todavía a los huracanes que llegan adheridas a esa enfermedad que llaman amor. Ella aun es feliz sosteniendo su libro de poesía, cancelando citas a ciegas, espantando los sentimientos mas sublimes, inventando historias felices en sus poemas que algún dia se estrellaran en su rostro y le dirán... "por que no huiste cuando tenias oportunidad".
1 comentario:
Valla texto tan mas interesante, aunque a veces la soledad nos sente bien no ay que fiarnos mucho de ella y abrirnos camino hacia lo nuevo.
Un saludo.
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