Felipe se levanta muy temprano como todos los días, el viento frio de la mañana hace saltar su techo que es de madera, su ventana contiene esas cortinas de color gastado, son las cinco de la mañana del veinticuatro de diciembre de un año más en su vida. Felipe llega temprano al mercado para empezar a matar los pollos que luego su patrón venderá a un precio más alto de lo normal, porque la navidad para mucha gente se ha vuelto un negocio que no se puede desaprovechar, una razón para llenarse los bolsillos y limpiar el corazón.
Es mediodía y Felipe termina con su trabajo, esta algo cansado pero aun desea que el día no termine, con algo de dinero que ha ganado entra a una tienda y compra un camión de juguete, lo manda a envolver en papel multicolor para entregárselo a Simón, su hermanito menor que acaba de darle la buena noticia de que ha pasado el año escolar sin ninguna mala nota, era la promesa que le hizo a comienzos de clase, Felipe no le pidió primeros lugares, así como Simón tampoco le pidió un mejor techo donde no muera de frio por las noches, se acomodaron a lo que tenían. Siendo las tres de la tarde Felipe llega a su casa con el regalo prometido, un panetón que es como un bizcochuelo dulce y dos latas de leche para la cena de la noche. Está cansado y se echa en su cama mientras Simón no puede esperar en abrir su regalo y enseñárselo a sus amiguitos de la cuadra, Felipe, mientras lo ve salir corriendo y contento, aun no puede encontrar las respuestas a todas sus dudas, no sabe como decirle que cada vez están más solos en el mundo, que el amor es lo único que ha quedado en cada rincón de aquel cuarto alquilado, y que a veces parece no ser suficiente.
Son las siete de la noche y Felipe llega a su segundo trabajo, un restaurante de comida rápida, estando en aquel lugar Felipe se pone la camisa roja que distingue a todos los trabajadores del local, besa la foto de su madre (fallecida hace seis meses) que está pegada al muro, justo frente a donde él estará parado toda la noche atendiendo los pedidos. Dice que esa foto le da fuerza en sus peores momentos, cuando siente que el cuerpo no puede aguantar tanto, cuando los silencios de su alma empiezan a matarlo a gritos, cuando está a punto de quebrarse, esa foto le dice que hay alguien que siempre cuidara de él y que nunca debe darse por vencido.
Faltan cinco minutos para la medianoche, la navidad está por llegar, afuera hay una lluvia inesperada, mientras las luces invaden el cielo, los niños corren y pegan gritos de euforia y felicidad, mientras que para Felipe solo es un día más que tiene que trabajar para subsistir. Es cuando entro a ese lugar para comprar algo de comida para mi familia, las colas son interminables pero agradezco que ese sea el mayor de mis problemas aquella noche. Saludo a Felipe como cada fin de semana que entro a ese comprar, le pregunto por Simón y celebro que haya pasado de año, le digo que con el tiempo aquel niño será mucho más listo de lo que ya es, porque para vivir a veces no hacen falta solo libros sino también cojones.
La tonada de las doce empiezan a sonar, afuera los fuegos artificiales no dejan de hacer ruido, me acerco a Felipe y le doy un abrazo deseándole Feliz Navidad, él también me abraza diciéndome lo mismo mientras veo un ligero brillo en sus ojos, brillo que luego se apago a los treinta segundos, porque es hora de seguir trabajando, seguir luchando para vivir un día mas. Han pasado nueve años desde aquella Nochebuena, no he vuelto a ver a Felipe en todo ese tiempo porque cambie de trabajo a la semana siguiente, pero no hay navidad que no haya pensado un poco en él, que con tan solo veinte años tenía un mundo tan desfavorable. Hoy desde el fondo de mi corazón te digo, donde quiera que estés Felipe… espero que tus navidades hayan sido mejor.
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