LAGRIMAS Y SONRISAS

Cuando Miguel se marcho buscando nuevos horizontes, se detuvo en la puerta para abrazar a su madre que la estaba esperando para tocarlo por última vez con sus manos arrugadas y sufridas. Era un adiós, de esos que algún día tienen que llegar de los labios de los hijos. Las lágrimas no tardaron en caer, hablaron de las cosas más trascendentales de su vida, sus primeras caídas, su primer cumpleaños, el primer día de escuela cuando se moría de miedo al entrar al salón de clases, “¿ves que no es tan difícil crecer?”, le decía su madre mientras le secaba las lágrimas.

Cuando Miguel regreso a casa con el rostro derrotado, después de haber hecho todos sus intentos, quemar todos sus cartuchos, deseando poder contar alguna victoria, pero sin tener ni una sola en los bolsillos, ahí estaba su madre, esperándolo en la misma puerta como hace muchos años atrás. El la abrazo tan fuerte, ella solo tocaba sus rostro tan dulcemente como solo una madre puede tocarte, mientras le decía: “todo está bien, puedes volver las veces que quieras, solo nunca tengas miedo de volver a volar”. Hablaron del tiempo, de las canas del uno y el otro, soltaron carcajadas mientras se veían en el espejo, bebieron un café y se echaron a dormir, porque después de todo, un nuevo día estaba por empezar.

Con los años uno aprende a buscar sus propios caminos, aprende a tomar decisiones, y nos damos cuenta que la vida es una seguidilla de cortos eventos, una secuencia de aciertos y equivocaciones con las que tenemos que aprender a vivir, andamos por ahí tratando de corregir lo que hemos hecho mal, sin saber que aceptando nuestras culpas es lo que nos ayuda a madurar. Es que no somos perfectos, nos cuesta toda la existencia saber los secretos de vivir, a veces hasta un poco más. Y de eso está hecha la vida… de lágrimas y sonrisas.