domingo, 2 de noviembre de 2008

PAPA CUENTAME OTRA VEZ

Cuando crecemos nos alejamos un poco mas de nuestros padres, olvidamos de decirle que los queremos o que son nuestros héroes, creemos ser mas sabios, pensamos que sabemos mas cosas y hasta creemos ser mejores que ellos. Suponemos que son ciclos de la vida, que es cotidiano en la convivencia de padres e hijos, sin embargo a veces deseamos volver a ser niños, no solo porque extrañamos la inocencia perdida, sino que también nos damos cuenta que hemos olvidado al superhéroe que tenemos en casa.
Hace unas semanas compre dos boletos para ir con mi padre al estadio, elegí un partido: “Universitario de Deportes” contra “San Martín”, aunque mi equipo preferido sea el eterno enemigo “Alianza Lima”, pero estaba seguro de que el no tendría ningún interés en ver a un equipo que no sea el suyo, en cambio yo podría estar de acuerdo en ver un partido de dos equipos que no me simpaticen, siempre y cuando hagan un partido decoroso; no esos mamarrachos con los que nos tienen acostumbrados nuestros futbolistas peruanos. Era un domingo por la tarde y salimos los dos de casa, tomando un taxi directo al estadio. Fue un viaje silencioso y tranquilo, nadie hablo de la guerra en Irak ni de la crisis en Argentina, ni tampoco del televisor de la sala que se malogro el día anterior, había distancias latentes entre su asiento y el mío, como si fuese la primera vez en años en que salimos juntos, y era verdad. La última salida a solas con mi pad
re fue hace más de diez años.
Al llegar al estadio era un caos total, porque los hinchas de la “U” aparecieron en buses repletos y empezaron a causar desmanes a vista y paciencia de los pocos policías que estaban ahí. Hacia mucho tiempo que no venia a un partido de fútbol y había olvidado lo agitado que era estar entre ese tumulto de hinchas y fanáticos. Pero al final, entre tanto griterío de gente casi demente con cara pintada, pudimos entrar al estadio, buscamos un lugar cómodo y tranquilo donde nadie nos molestara, cosa que después fue inútil porque minutos antes de que empezara el partido las barras bravas hicieron su aparición y llenaron la pequeña tribuna de banderolas que no nos dejaban ver, haciendo sonar el bombo tantas veces que no podía oír ni mi propia voz. Algo furioso y desesperado, tuvimos que cambiar de lugar para poder acomodarnos mejor porque ya estaba a punto de comenzar el encuentro.
Ya en el transcurso del partido las pulsaciones empezaron a acelerarse, los cánticos de aliento parecían melodías agradables, el papel picado cayendo como lluvia y los gritos de todo el mundo parecían tener sentido, al fin entendí que estaba en medio de un partido de fútbol y que todo esa locura era parte del ambiente. Mi padre me hablaba de tácticas, de formas de ataque y de cómo apren
dió a patear el balón en su niñez, me hablo de sus amigos y sus rivales en un campo de juego, parecía una confesión sincera de alguien que sin ninguna duda era mas sabio, que siempre sabrá mas cosas de los que yo llegare aprender algún día y que siempre será mejor que yo.
Pero para mala suerte de los hinchas el equipo visitante abrió el marcador con un gol de penal, eso no cambio el animo de los hinchas que seguían gritando sin parar dándole aliento a sus jugadores, yo no podía dejar de mostrar una leve sonrisa, como buen hincha del eterno rival, era talvez el único sujeto en todo el estadio que festejaba esa derrota. Ya en el segundo tiempo el equipo visitante prefirió salir a defenderse todo lo que quedaba del encuentro, por consecuencia complicarle el partido a la “U”, pues así no podían hacer su juego. La gente en la tribuna estaba furiosa, lanzaban insultos a diestra y siniestra en contra de los jugadores rivales, en contra de la mama de los árbitros, incluso contra sus propios jugadores. Mi padre no dejaba de reclamar cada jugada: “pónganle ganas” decía, “esa pelota no salio” “así no se patea, huevón!!”.
Todos estaban perdiendo los papeles, incluso mi padre, cada insulto era más agravante que el anterior, los cigarros se consumían sin misericordia, los fanáticos dejaban la garganta en cada cántico, como debe de ser un partido de fútbol. Lo mas emocionante vino después, cuando faltando cinco minutos para el final, la “U”, el equipo de mi padre, el equipo de sus amores, metió un gol de cabeza para decretar el empate. Los gritos ensordecedores no se hicieron esperar, los saltos de la hinchada hacían temblar la tribuna y los sonidos de los bombos con las bocinas amenizaban el festejo. Yo volteé a mi izquierda, y vi a mi padre celebrando a gritos, flameando su camiseta en el brazo derecho y empuñando la otra mano en señal de victoria; estaba muy feliz, como hacia tiempo no lo veía, me hizo recordar a las veces en las que él me llevaba al estadio cuando yo era muy chico y aun no entendía esto del fútbol, ni tampoco los milagros que provoca con esa euforia desmedida. Cuando lo vi tan feliz olvidándose del mundo y sus problemas, yo también fui feliz, entonces supe porque quise ir al estadio con él.
Camino de regres
o a casa los silencios otra vez invadieron nuestro viaje, pero las distancias se veían mas pequeñas cuando mostrábamos una sonrisa cómplice al mirarnos. Nunca dejaremos de crecer, tampoco es inevitable los silencios y las distancias entre padres e hijos… pero siempre existirán los partidos de fútbol.

No hay comentarios: