Cuando los tambores anunciaban el inicio de las fiestas en su amado pueblo de Palmayoc, la abuela Diduta movía sus pies rítmicamente como simulando la danza de los invitados, mucha gente de llegaban de muchos lugares, la mayoría de regreso al pueblo que los vio nacer, aquel pueblo que los cobija cada mes de agosto, para rendirle tributo a su tierra madre. La música era una sola, las risas se oían a los lejos y los gritos de festejo llamados "arengas" se dejaban lucir, la fiesta era para todos, la vida sencilla que se podía tener en ese pequeño lugar del mundo, se hacia notar mas que nunca la primera semana del mes.
Pero Diduta es la mas sonriente, es la que mas ama estas fiestas, con una botella de trago en la mano, con la que invita a beber a uno por uno de los invitados, un sombrero marrón rodeada de una cinta naranja, con la mejor de sus polleras (faldas), la mejor de sus mantas sobre sus hombros, se dispone a celebrar su existencia sobre el verde campo de aquel pueblito pequeño que este mes se viste de gala. Tantos años han pasado, tantos agostos que ella ha celebrado la dicha de su tierra, su cabello se hizo irremediablemente gris, sus huesos debilitados buscaron refugio en la ciudad, tuvieron que sacarla de su pueblito para que pueda respirar aires de salud, pero ella no quiso aceptar las decisiones de otros y siempre extraño aquellas tarde en la puerta de su casa de barro, techo de paja y ventanas de madera.
La vida escribe sus línea sobre el cielo, es mejor acatar sus leyes naturales, todos tenemos un lugar donde debemos estar cuando oigamos el llamado del destino, nos pasamos la vida entera buscando momentos exactos, frases precisas, refugios eternos. Cuando Diduta se enfermo de gravedad, por consecuencia de los años, los médicos no le daban esperanzas, creían que no llegaría al amanecer, sus hijos se resignaron a despedirse de ella sobre su lecho. Pero Diduta quería decir su ultima palabra, no esperaba marcharse sin antes regresar a aquel pueblito donde nació, para despedirse de aquel lugar tan divino donde vio la luz por primera vez y que ahora debía ser el lugar donde ella veria al fin la oscuridad.
Era la primera semana del mes de agosto, lo recuerdo bien, dos días después del diagnostico de los doctores, sus hijos llevaron a Diduta al pueblito de Palmayoc, le pusieron un bello sombrero, la vistieron con la mejor de sus polleras y la mejor de sus mantas sobre sus hombros. Ella miraba con nostalgia su puerta vieja sin candado, sus ventanas de madera, y su desolada casa de barro construida con sus propias manos, miraba con ligera tristeza las calles, las chacras y los ríos que alguna vez fue su hábitat. Llegando a la plaza central se habían congregado mucha gente para las fiestas de santiago que estaban por empezar. Y mientras los tambores daban inicio a las fiestas, mientras los gritos arengas se oían a lo lejos, Diduta imaginaba mover los pies, soltando una sonrisa y al fin pudo cerrar los ojos para descansar en paz, se había vuelto a reencontrar con esa vida sencilla que tanto añoro desde que salio de aquel lugar que tanto amó. Es que en el sur... la gente muere como vivió.
1 comentario:
Todo un canto de amor visto desde lejos. La paz llegó a instalarse en el corazón de esta abuela en cuanto se supo en su pueblo natal y pudo, por fin, recorrer el último camino al encuentro de su creador. El sur también existe, eso es verdad y también es verdad que en la sencillez de la vida está la buena muerte.
Un abrazo
Tere
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