No me gusta mi cabello, tiene una forma muy difícil de pasarle el peine, como una guerrera en ultima batalla, dejándolo todo y no darse por vencida. No me gusta mi frente, tengo una cicatriz que me hice de niño, producto de un golpe accidental que finalizo con varios puntos de sutura que me curo la enfermera mas linda que haya visto en un hospital, pero me converti en una especie de imitación mediocre de Harry Potter. No me gusta mis ojos, tienen un color muy oscuro, son negros a secas. No me gusta mis brazos, están huérfanos de músculos, no puedo ganarle a nadie a las vencidas, mi vientre a tomado una curva nada agradable, se me ha hinchado de tanta cerveza y comida chatarra, tampoco me gusta. Ni que decir de mis piernas, no son nada estéticas, tengo una lesión en la rodilla que no me permite hacer demasiado esfuerzo, corro el riesgo de romperme algún ligamento y pasarme meses en cama, maldiciendo mi mala suerte y el mal estado de mi cuerpo mofletudo, ruin y casi ridículo.
No me gusta ninguna de las piezas de este rompecabezas amorfo que es mi humanidad, este manojo de cualidades imperfectas del cual esta lleno mi persona. Pero cuando me miro al espejo de cuerpo entero, veo a un tipo lleno de miedos, dudas y complejos. Veo a alguien que se equivoco de papel en esta obra compleja que es la vida, pero que tiene ganas de cumplir lo que le toca hasta que alguien le baje el telón y eso me gusta. Este tipo esta medio loco, pero lo oculta muy bien, además, el espejo sabe disimular. Nadie es menos que nadie, no somos lo que dice la gente o lo que te diagnostica algún psiquiatra presumido... simplemente somos lo que nos dicta el espejo.
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