El no era un guardián de la noche, la luna y yo sabíamos quién era, también lo podía saber su amada Verónica. Entre la oscuridad de las calles y los vacios aberrantes que nos mostraba la madrugada, podíamos ver detrás del alma, podíamos reflejarnos en los charcos de sangre que adornaban las grandes avenidas, comparar el dolor con la indiferencia mientras el alcohol calentaba nuestros huesos. El día es hermoso cuando tu llegas/ sé que andas buscando el amor/ viajando de ciudad en ciudad/ me pregunto cuando me encontraras.
Lo conocí en la época más acelerada de mi vida, donde trasnochaba cuatro veces por semana, cuando llegaba de alguna parranda él estaba ahí, vigilando las aceras, cuidando los autos de los vecinos, con solamente un abrigo y un garrote, dispuesto a enfrentarse a quien sea por ganarse sus frijoles. Fue cuando me contó que estaba enamorado de una chica, pero que no tenía las agallas de decírselo (los tipos rudos suelen ser así), pero que cada noche se sentaba en esta esquina a escribirle unos versos, que tal vez algún día ella leerá. Tu sonrisa es el diástole de mi corazón/ algo hermoso está por venir/ tus manos inventan aves en mi calle/ espantando las lechuzas que hay en mí.
El no era un policía, tampoco un salvavidas, solo fingía ser otra persona, como tantas personas que giran con el mundo sin saber quiénes son. Conocía los secretos más inmundos de la gente, aquellos que se revelan cuando cae la noche, cuando nadie observa. Creo que fuimos grandes amigos, hasta me invitó una navidad a su casa, donde conocí a su familia y un poco más de su rutina. Me hablaba de Verónica como si fuese el único punto frágil que lo delataba, aunque la última vez que lo vi (hace dos años), estaba muy decidido a contarle sus sentimientos. Perdóname por amarte de sorpresa/ sin verdades a medias, ni pasiones/ agradezco que suplantes mis tristezas/ y que llenes de fe mis confesiones.
Los noticieros dicen que él era un policía, un guardián, un superhéroe, que ofrendó su vida evitando un secuestro, perdiendo su existencia anteponiendo su deber, solo dejando silencios donde antes había preguntas, del por qué suceden las cosas. Quizás nadie lo pudo conocer como yo, pero Julián era un poeta, un soñador que cada noche despertaba para luchar contra la realidad, esa realidad que a muchos nos agobia, sin poder ser quienes somos. Recuerdo todavía aquella noche cuando entre alcohol y cigarros me mostro un papel, donde había escrito su primera declaración de amor, todavía conservo esos versos, nunca los pude corregir, porque lo que se siente en lo profundo, queda grabado por la eternidad. Mi buen Julián, descansa en paz. Y cuando me dijiste adiós/ una parte mía murió/ solo espero que regreses/ terminar tu historia/ soltarme una sonrisa/ resucitarme con tu amor. Te amo por siempre Veronica.
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