Se llamaba Joaquín, llego un día desde mi imaginación para alegrarme la vida, me habló de duendecillos y princesas en castillos encantados, de dragones que me decía asustarlo mientras me abrazaba, me hizo sentir un superhéroe. Dibujé un coche para intentar pasearlo por los parques, le fabrique una sonaja con granos de arroz en latas de leche, y escribí bien grande en mi ventana “Bienvenido a este mundo tan complicado… para hacérmelo sencillo”.
J: Llegue un día desde un lugar muy lejano, donde reposan los sueños, donde habitan las palabras que salen del alma. Quise pasear en tu coche, quise jugar con tu sonaja rudimentaria, y bajo tu brazo, quise aprender a leer lo que dice en aquella ventana.
Se llamaba Joaquín, lo imaginé tantas veces que confundía los sueños con la realidad, y no sabía en qué momento empezaba a despertar. Inventé un universo paralelo donde nadie podría hacerle daño, un refugio donde nos esconderíamos cada fin de semana, lejos de las jornadas de ocho horas diarias o la catastrófica capa de ozono. Mientras tanto le platicaría de la Madre Teresa, de Martin Luther King, de Mario Benedetti o del maestro Sabina. Se llamaba Joaquín, lo conocí cuando un día cerré los ojos y empecé a ver con el corazón.
J: Sé todo lo que debo saber de ti. Sé que duermes después de las tres de la mañana, que llevas siempre una máscara para cuidarte de la gente, que le tienes miedo a las alturas, a las multitudes y a la soledad. Sé que amas cada siete años… y cada vez lo haces mejor.
Se llamaba Joaquín, pensé que era la continuidad de mi existencia, la prolongación de mi nombre, la mejor versión de mi apellido. Un día cerré los ojos y Joaquín ya no estaba ahí. Lo busque en cada rincón de mi imaginación, nunca más lo encontré. Y cuando quise preguntarle a mi corazón… el también había desaparecido.
1 comentario:
Se llamaba Alejandro Matias, no lo veo cerca espero encontrarlo en mis sueños tanto como soñe criarlo y cuidarlo
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