Cuando te vi por primera vez, saliendo de la sala del aeropuerto, quise darte rosas, como símbolo de las ansias que tenia por mirarte de cerca. Cuando caminábamos sobre las orillas del mar, tan cerca que podía sentir tus latidos si callaba los míos, te quise regalar rosas, para demostrarte que esa no era cualquier tarde, que esa tarde era nuestra. Cuando te tuve sobre mi cama desnudándote mientras me mirabas, quería darte rosas, para desojar sus pétalos y dejarlas caer sobre tu espalda, ver como se deslizan bajo tu ternura y belleza.
Pero nunca pude darte rosas, no se si por temor a sentirme cursi, por evitar recorrer las catorce calles a pie hasta llegar a la tienda de flores o quizás porque no te quiero tan intensamente. Vamos, a quien engaño, te quiero más que a mi mismo en mis mejores versiones. Lo que yo creo, es que no existen jardines que puedan dar mejores regalos de lo que tú me has dado… no existe flor alguna que te cambie la vida como tú lo has hecho.
Pero nunca pude darte rosas, no se si por temor a sentirme cursi, por evitar recorrer las catorce calles a pie hasta llegar a la tienda de flores o quizás porque no te quiero tan intensamente. Vamos, a quien engaño, te quiero más que a mi mismo en mis mejores versiones. Lo que yo creo, es que no existen jardines que puedan dar mejores regalos de lo que tú me has dado… no existe flor alguna que te cambie la vida como tú lo has hecho.