Apareciste una tarde de Julio, con el cabello distinto, la sonrisa diferente, como queriendo ser otra persona, alguien muy lejana a ti. No llevabas tu corona de princesa, no llevabas trajes caros, solo algunas joyas entre los dedos y un corazón con ojeras, demostrando que has llorado. No valían las preguntas entre nosotros, no hay caminos para salir huyendo si buscamos el mismo refugio, cerramos los ojos como agradeciendo al destino por permitirnos otro encuentro. La princesa, la que movía mi mundo sin saber manejar las leyes de la física, la que le ponía color a mis palabras cuando me sentaba a escribir, viene ahora con mas humildad que carisma, pero tan hermosa como cuando le prometí nunca olvidarla.
Mientras me cobijo entre sus piernas, me dice que el amor es un vendaval que te arrastra por los suelos si no lo sabes domar, que la exclusividad de los cuerpos es un invento aun no superado por el ego, que la pasión no siempre le gana todas las batallas a la razón, que a veces se deja vencer voluntariamente, siendo esa la mejor muestra de que ambas pueden convivir en armonía. Nunca hemos tenido secretos, siempre escapábamos antes de soltar una mentira, como esta noche que desnudas tu alma frente a mis ojos, acompañada de una lagrima que estoy seguro venía contigo todo el camino. Mi dulce princesa, que te han hecho los mortales, que no siento tus latidos, a donde se fueron tus sonrisas y el brillo de tus ojos. Cuando volverás del todo.
Te vistes en silencio, tocas mi espalda en señal de despedida, y sales de la habitación sin verte en el espejo. Hasta tu misma te sientes incompleta. Al verte caminar por esa calle que te trajo, puedo notarte distraída, tan ida, lerda y meditabunda. Dejaste una lágrima sobre mi almohada, dos besos y muchas dudas si te volveré a ver. Aunque pienso que mientras te quede un poco de alma… siempre existirá una historia entre los dos.
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