jueves, 27 de junio de 2013

MEMORIAS DE UN ELEFANTE I

Yo crecí en los 80, la mejor época que el mundo pudo haber visto. La verdad es que me refiero solo a mi mundo. Los mejores años que viví fueron los 80, aunque los periódicos dicen todo lo contrario.

Entre crisis económicas tan aberrantes y donde el terrorismo ganaba terreno del campo a la ciudad, yo solo me dedicaba a jugar y aprender a leer los libros que me daban mis maestros. Mi casa quedaba a dos calles de la escuela, yo no sufría el tráfico de las mañanas, ni las prisas por llegar a casa después de la salida, solo jugaba o me quedaba en el mercado juntando figuritas para mi álbum de ciencias o de futbol. Porque a mi desde muy niño me gusto el futbol y siempre fui curioso con las ciencias.

En la escuela era muy tímido y casi el más pequeño del salón, pero tenía a mi mejor amigo en el salón del frente, él golpeaba a todos por mí. Nunca hacia las tareas, tenía un tipo de “memoria fotográfica” que me ayudaba en los exámenes, recordaba lo que oía en clases y ahí nunca reprobaba. Cuando a fin de año me revisaban los cuadernos todos estaban en blanco, nunca entendieron como pasaba las pruebas. Era bueno en las matemáticas y en historia, con el tiempo termine renegando de la primera y cuestionando la segunda. Resolvía problemas lógico matemático mentalmente mientras me lo dictaban, nunca participe en un concurso porque no sabía cómo plantear las soluciones.

En casa fui un niño más travieso, rompía todo y me rompía de todo, mi mamá siempre me llevaba en la curandera del barrio para que me quitara el susto, con unos rezos y un huevo que luego partía en un vaso con agua para ver qué tan grave estaba. Me fracture el brazo, la pierna y me hice varios puntos en la cabeza pero con el tiempo y como todo en la vida uno aprende a caer y levantarse. En la calle pateaba la pelota siete días a la semana, sobre barro o sobre pista, armando los arcos con dos piedras  y no parabamos hasta que se vaya la luz.

Claro que recuerdo cuando los precios se fueron por las nubes y lo que hoy valía 100 al día siguiente valía 900, recuerdo haber hecho colas de siete calles para comprar un poco de azúcar o combustible para la cocina de mamá. Recuerdo muchas veces llegar a la casa con las manos vacías porque se terminó el azúcar y mi mama me decía que había un lugar donde todavía vendían y tener que ir para allá y hacer otra cola de siete calles.

Recuerdo los apagones, las bombas que estallaban en algún banco, torre de luz o alguna comisaria. Alguien en el barrio conseguía una lámpara y nos juntábamos los más chicos para oír historias de terror, eran las historias más escalofriantes que había escuchado. Pero por alguna razón siempre terminábamos riendo. Supongo que los mayores usaban esa terapia para que no le tengamos miedo al mundo que íbamos a conocer después. Nos reíamos del más gordo, del más flaco, del más feo, del más tonto. Nos reíamos de nosotros mismos y solo así nos aceptábamos. Había bullyng claro, también racismo, quizás también algo de depresión, pero cuando eres niño nada de eso te dura más de cinco minutos. Es por eso que no entiendo por qué ahora todos necesitan psicoanalistas. Los niños necesitan de más niños para liberar su mundo, si se aíslan o los sobreprotegen le llenas de candados el cerebro y ese mundo se distorsiona tanto, que en el momento menos pensado puede estallar.

Yo fui feliz en ese lugar tan abandonado por dios, no puedo imaginar lo difícil que fue para nuestros padres luchar tanto para que no tengamos hambre, pero sobre todo para que no tengamos miedo. El miedo es la peor herencia que le podemos dejar a nuestros hijos, porque padres cobardes solo terminan criando hijos cobardes. Y los tiempos duros hacen a las personas más fuertes. Mi padre tuvo muchos defectos pero cobarde nunca fue, mi madre tuvo tantas virtudes que las que le sobraban se los regalaba a mi padre. Y así lo fue “civilizando” y así se fue haciendo mi familia, que no era tan distinta a las demás familias que conocí cuando era chico.

El tiempo ha pasado, mis padres se mudaron a otro barrio, pero hasta el día de hoy visito a los amigos de infancia, extraño a los que se han ido y recuerdo con cariño a los que tuvieron que salir del país para buscar sus sueños. Los amigos son para siempre. Mis padres conservan la misma humildad, adornada de canas que cuentan lo mucho que han vivido. Siguen teniendo ese amor por las cosas sencillas que lo han hecho tan feliz a lo largo del tiempo. Ellos no desean llegar a la luna, sino solo verla desde alguna banca de parque o de una ventana, pero juntos, siempre juntos. Tienen esa pasión por la familia que todos sus hijos han heredado. No hay cumpleaños en que no nos reunamos y terminemos riendo toda la noche (claro, también riéndonos de nuestros propios defectos, hay cosas que nunca deben cambiar).

La vida es lo que pasa mientras haces planes, decía Lenon. Cuánta razón tenía. Mis padres se dedicaron a vivir, pues que es la vida sino una lucha constante por ser feliz. Y la felicidad son solo pequeños momentos que la vida te va dejando a cada paso, para que no te des por vencido y puedas seguir… ahora todo tiene sentido.