Hace mucho que no te escribo Joaquín, ha pasado tanto tiempo
desde la última vez. Que ha sido de mí? Te contare que ya no soy el mismo que
conociste. He dejado de pintar en mis cuadernos, he dejado los bares y los
caminos oscuros. He dejado de vivir de noche, o mejor dicho, morir de noche.
Ahora despierto a las seis de la mañana para irme a trabajar, llevo traje,
camisa y zapatos negros. Te reirías mucho si me ves ahora, tan bien peinado y
con perfume olor a madera. Ahora miro ambos lados antes de cruzar las aceras y
hasta me he comprado un seguro de vida, no te imaginas la cantidad de dinero
que valgo, siento que estoy estafando a la empresa de seguros.
Recuerdas cuando nos conocimos por primera vez? yo tenía ese
peinado ridículo, esas zapatillas que no combinaban con nada y ese gusto
estrambótico por el color rojo. Vivía de noche y dormía de día, no sabía la
diferencia entre cerveza o vino, entre whisky o tequila. No conocía la ciudad,
solo la imaginaba salvaje, indomable y sangrienta. Pensaba que las malas
compañías eran las mejores. Como ha pasado el tiempo, mis manos hablan por sí
solas, como ha pasado la vida.
Sigo viviendo en esa misma esquina, tercer piso con vista al
mar, aquel viejo sofá que iba frente a mi ventana ya fue retirado, ahora yace
entre las tantas cosas que he desprendido de mi pasado. Los amigos se han ido,
uno por uno, dicen que a mi edad es lo más normal del mundo, aunque siento que
pude hacer algo más por retenerlos. Joaquín, mis padres están bien y te quieren
conocer, al igual que mis hermanas. Les dije que el tiempo se encargará de
cumplir esos milagros. Tu ausencia voluntaria de alguna forma le hace bien a la
espera. Todo llegará en su momento.
Joaquín, debo confesarte que he conocido a alguien muy
especial y que quiero tanto, se podría decir que ella me ha salvado la vida, o
en todo caso, me la ha devuelto. Ya no me desvelo en aventuras paganas, ya no
salto de la cama, asustado, pegando gritos de madrugada, ya no busco refugios
porque ella es mi refugio. Ella me ha dado pequeñas dosis de felicidad que ha
logrado adormecer al escritor que creí llevar dentro, aquel poeta que
necesitaba tristezas y recuerdos oscuros para llenar sus cuadernos. Siempre te
dije que la felicidad es mala consejera para escribir, uno pierde la
objetividad de las cosas, ve el mundo perfecto y a colores. Pero el mundo jamás
será perfecto. Porque nosotros mismos no somos perfectos. Entonces solos nos
queda ser felices.
A ella la conocí por esas hermosas coincidencias que a veces
dibuja la vida, el tiempo se encargó de convencerme que esta sería la mejor de
mis historias. He aprendido a cocinar con ella, tendrías que verlo Joaquín, es
cierto que a veces quemo las cosas, pero creo que aprenderé con la práctica.
Hemos visto muchos amaneceres juntos y eso es lo más lindo, saber que la vida
vuelve a empezar teniéndola a mi lado. Mis últimos escritos fueron hacia ella,
y ahora este último que te escribo a ti. Ya no me siento un poeta, solo un tipo
más que busca su felicidad en las cosas sencillas. Desearía tanto que fuese
ella la que te haga ver la luz, que tome tu mano y te dé la vida. No sabes las
ganas que tengo de que eso suceda, verte llegar una mañana de Setiembre,
pegando gritos y hacer de mi vida un caos, un hermoso caos con el que aprenderé
a convivir. Nunca estamos listos para ciertas cosas, a veces nunca deseamos
estar listos, a veces el miedo nos hace más precavidos y fortalece nuestras
deficiencias.
Hace mucho que no te escribo Joaquín, sabrás perdonar las
ausencias, los espacios en blanco, la memoria, mis pequeñas dosis de felicidad.
Ya te conté lo que ha sido de mí, ya viste que no soy el mismo que conociste,
casi todo ha cambiado, menos las ganas que tengo de abrazarte muy fuerte un
día… y que me digas: papá.